jueves, 9 de octubre de 2008

La noche no duerme porque las chicharras, los grillos y las ranas no la dejan.


Pareciera que el sentido del oído se pone más acucioso por la noche. Cualquier ruidito se percibe, y si es repetitivo o persistente resulta ser o tornarse en algo muy molesto. Habiendo escuchado los sonidos de la naturaleza en distintos ambientes naturales de Venezuela se nos ocurre pensar en compararlos y preguntarnos cómo es que la noche misma, es capaz de dormir con tanto ruido!.

En el gélido páramo, el silencio de la noche es casi sepulcral. Ningún bichito que se precie se atreve a salir con ese frío a cantar o a celebrar nada. Ni siquiera una marcha nupcial de luciérnagas se escucha. Apenas el viento frío se percibe de tiempo en tiempo cortando el espacio. Hay que apretarse bien el gorro de lana para que el viento no nos corte las orejas.

En el mar, el sonido del constante ir y venir de las olas domina, y no permite escuchar más nada. Es un sonido arrullador, un soporífero, que algunos psicoterapeutas utilizan como música de fondo para relajar a sus pacientes en tratamiento.

Pero… en la selva tropical, sobre todo en las proximidades de los ríos o lagunas, donde el agua se empoza en charcas, como a orillas del río Yaracuy, el ensordecedor y persistente canto de las ranas es un poema de amor, para sus parejas. Si hay muchos árboles, entonces casi al comenzar la noche y despedirse el día las chicharras se alborotan y cantan de lo lindo; eso si, muy acompasadamente. ¡Y para completar los grillos…! ¡Hay... los grillos! Ésos si que se dedican a cantar, sin ánimo de terminar, toda la noche.

Con razón la pobre noche se queja. Y es que tiene pocas opciones, porque si se va al páramo pasaría frío y si se va a la playa, se marea con el vaivén de las olas del mar. Puede que decida quedarse y se distraiga contemplando a la luna, pero como ésta siempre le muestra la misma cara, no es una opción tan buena y la pobre noche, finalmente, pasará “otra noche” sin dormir. CRB.

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