Carlos Rivero Blanco
En realidad, cuando el hombre domestica a una planta o un animal, para con esto darle uso intensivo dirigido a suplir sus propias necesidades, se convierte automáticamente en un ser dependiente de la especie domesticada y tiene que adaptarse a vivir usándola, con sus cualidades y defectos. Lo que se logra al final es una interdependencia artificial entre ambas especies, el hombre y el organismo domesticado, y un cierto divorcio de la realidad ecológica cuando se aíslan dichos organismos de la realidad del mundo vivo.
El hombre, a través de la historia, ha logrado domesticar diversas especies de plantas silvestres que utiliza en su diaria actividad como parte de su dieta o como parte de otras necesidades como el vestido o vivienda. Lo mismo ha sucedido con la domesticación de diversas especies de animales.
La ilusión consiste en creer que es el hombre quien domina la situación y modifica a su antojo a la naturaleza. La realidad resulta ser otra cuando nos paramos a pensar en lo profundo y lo complejo que es el mecanismo de interacción e interdependencia del hombre y sus especies domesticadas.
Una de las más palpables razones para creer que el hombre no domina la situación, es su dependencia de ciertos cultivos y de ciertos animales domésticos que al final vienen a influir tanto en el humano que lo hacen cambiar y mantener culturas que se relacionan íntimamente con los organismos domesticados. En este sentido basta con mencionar la histórica relación entre el maíz, el arroz, la papa y otros cultivos con ciertas culturas humanas.
La economía resulta un tanto interesante de tratar acá, en lo que respecta a una dependencia obligada a ciertos cultivos. Los cubanos, por ejemplo, parecen depender en gran parte de la caña de azúcar para su estabilidad económica. Lo malo de casos como éste es la dependencia de una sola fuente de riqueza, ya que dicha super- especialización conlleva una fuerte dosis de inestabilidad debido a la dependencia de un solo producto.
Por otra parte, parece ser que cuando se mejora genéticamente un cultivo no se aumenta necesariamente la producción primaria. Lo que parece ocurrir es que se canaliza genéticamente la orientación de la productividad hacia partes de las plantas que nos son más apetecibles, pero que al mismo tiempo conlleva pérdidas importantes en otros aspectos como en materia viva originalmente dedicada a dar soporte físico a las plantas o a ejercer funciones de defensa contra animales herbívoros.
En muchos casos el hacer genéticamente más palatable para el hombre a una planta comestible, se está alterando su potencial de defensa química contra los herbívoros, localizada generalmente en compuestos químicos que ofenden nuestro paladar. Esto conlleva a que el hombre tenga que emplear energía extra, proveniente del petróleo y otras fuentes para poder medio-corregir las fallas inherentes a su pretensión de ductor de la naturaleza.
Al final, lo que parece suceder es una dependencia de cultivos que requieren más cuidados que nosotros mismos y que de no contar con la ayuda del hombre no darían su fruto… para el hombre.
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